Dieciocho faltas. Esa fue la cantidad de infracciones que había cometido River al final del primer tiempo de la final de la Copa Libertadores ante Flamengo. Matías Suárez había visto la tarjeta amarilla a los 47 minutos de la primera etapa por una presión alta para no dejar salir a Pablo Marí. Fue su sexta infracción personal; 120 segundos antes, Borré -en posición de wing izquierdo- lo había barrido de atrás a Rafinha. De la Cruz (otro De la Cruz con respecto al que llegó a River), sumaba tres faltas; y hasta chocó cabezas en su afán de jugar a la «intensidad» del resto. Sería irrespetuoso reducir los méritos de River a los foules tácticos, pero… cuando aflojó en los anticipos y los duelos individuales, perdió la final. Cuando aflojó en la presión y la intensidad, cuando ya no pudo anticipar ni marcar bien, cayó. Eso sucedió en los últimos tres minutos, entre los 43 y 46 del segundo tiempo.
La «intensidad» es una de las marcas de la era Gallardo. Gana (le ganaba incluso la final a Flamengo) porque juega muy bien, porque imponía condiciones, porque era superior a todos los rivales, pero una de las facetas de su juego es el estilo combativo con el que se hace dueño de los partidos. Y la final no fue la excepción… hasta los últimos diez minutos.
Es una de sus virtudes, porque a partir de allí empieza a desgastar a los adversarios. Es el primer eslabón de una marca asfixiante, siempre en superioridad numérica: 3 vs. 2; 4 vs. 3. Es común ver imágenes de un futbolista millonario corriendo de atrás al poseedor de la pelota, otro que lo presiona de costado y un tercero que quita de frente. Pero la recuperación es de todo el equipo.
Quizás por eso Gallardo se fastidió tanto cuando en la revancha ante Boca, el árbitro Sampaio sancionó 27 infracciones de River, de las cuales 13 no fueron. Esa noche, River no pudo ser River. «Boca impuso sus condiciones en las pelotas paradas. Ese es su fuerte. Intentó imponer esas condiciones. En el entretiempo les dije a mis jugadores: ‘tengamos cuidado en no acercarnos tanto a los jugadores de Boca’. Todos los roces eran foules para Boca. Eso nos impidió conectarnos. Con todo ese contexto le doy un valor mucho más importante a la clasificación», dijo y agregó: «se cobraron 27 faltas de las cuales 13 fueron inexistentes y eso nos fue llevando a no poder salir, y así y todo aguantamos bastante bien. Nosotros no nos conectamos, no pudimos hacer el juego porque además cada roce era falta y nosotros jugamos a presionar y robar y cada vez que lo hacíamos había falta por eso tuve que decir que eviten el roce».
Ahí está una de las claves de todo: «Nosotros jugamos a presionar y robar». La final ante Flamengo no fue la excepción. Por eso Pinola (había hecho un partidazo hasta el error en el 1-2) se cansó de anticipar a Gabigol y hasta generó quites defensivos en campo rival, por eso Enzo Pérez había sido el vértice perfecto para conectar defensivamente con Martínez Quarta y Pinola; por eso los primeros defensores fueron Borré y Suárez, yendo sobre los defensores rivales para atacar pero también para defender; por eso De la Cruz disputa las divididas de arriba como si fuera Oscar Ruggeri. Por eso ingresa Julián Alvarez y, si pierde una pelota, también la ataca aunque tenga que cometer foul. Nadie se guarda nada. Incluso en los errores, nadie se guardó nada.
Y River presionaba hasta sus propios ataques. Presión automática ante la pérdida, otro sello de la (casi) imbatibilidad millonaria. No se resigna en el pase que es interceptado; presiona de nuevo. Así fue el gol de Borré, el que nació desde un pase que no llegó a destino al principio de Enzo Pérez, pero el volante central no se quedó, volvió a capturar el balón y jugó con Nacho Fernández, quien terminó asistiendo al colombiano con un centro atrás.
Los festejos del campeón
Pero se quedó en el final. Bajó la guardia: En el 1-1, primero fueron tres los jugadores millonarios que no pudieron cortar el pase filtrado de Bruno Henrique (Montiel, Martínez Quarta y Enzo Pérez); después, hubo un anticipo de De Arrascaeta para hacer el centro antes que cierre Pinola; y por último, la arremetida de Gabigol antes que lograra retroceder Paulo Díaz. Y el contraataque nació de un error no forzado de Lucas Pratto, que perdió una pelota por demorar el pase, cuando tenía entrega hacia la derecha.
En el 1-2, Pinola no pudo rechazar un pelotazo largo y anunciado y la pelota le cayó a Gabigol, que con un zurdazo batió a Armani. El N° 9 aprovechó la falta de sincronización entre Pinola y Martínez Quarta y anotó en un final increíble.
River, en la final ante Flamengo, cometió 27 infracciones. En el segundo tiempo esperó más retrasado, pero no cambió su fisonomía. Mantuvo la guardia alta y siguió contraatacando. Mientras pudo «presionar y robar», dominó el partido. Pero falló en dos jugadas puntuales. No pudo sostener los anticipos. Primero porque el equipo brasileño estuvo más veloz sobre el final, terminó con más aire desde lo físico y rescató la técnica que parecía haber olvidado.
Deje un Comentario
Debes estar conectado para publicar un comentario.